La molécula de la eterna juventud y vida empieza a circular por el cuerpo de Curt, llegando a cada célula de su cuerpo, los cambios no tardan en aparecer trayendo también viejos fantasmas de su juventud


 – Curt, acabo de detectar y rechazar otro ciberataque. Esta vez procedía de Europa, aunque no he podido precisar exactamente de dónde.

– ¡Maldita sea! -exclamó Curt Weiss-. Seguro que viene de Rusia y lo ha provocado Sergei. ¡Estos cabrones…! Aún no ha transcurrido ni un día desde que les anuncié la existencia de la fórmula y ya están intentando robármela. Realmente estos KK son una mierda.

– Estoy preocupada, Curt. Los ataques son cada vez más fuertes y precisos, no sé si voy a poder mantenerlos a raya durante mucho más tiempo.

– Tranquila, Lolita. He invertido una millonada en un nuevo sistema de seguridad que pensaba instalarte mañana. Es un sistema autoreplicante, que aprende de los propios ataques. ¿Quieres que intente instalártelo hoy mismo?

– No creo que sea necesario, pero me alegra saber que lo tienes previsto. Empiezo a perder la confianza en mí misma.

– Si te parece, podemos aislar de la red los resultados de la fórmula.

– Creo que sería lo mejor, al menos hasta mañana. Me sentiría más tranquila. Además, quiero estar concentrada en tu prueba de hoy. Es un momento muy importante para ti y, por tanto, también para mí.

– Está bien. Prepara la enfermería, mientras yo me encargo de guardar la fórmula en el despacho acorazado de La Cueva.

Media hora más tarde, Curt accedía a la enfermería, que Lolita había adecuado para el momento estelar, aquel en que se inyectaría la molécula de la eterna juventud, la que regeneraría todas las células de su cuerpo, convirtiéndolo en un chaval, en el primer ser humano inmortal sobre la Tierra, iniciando la era de la posthumanidad.

Se trataba de una sala aséptica, blanca, en cuyo centro se hallaba un acolchado sillón de cuero sintético también blanco, en donde se sentó Curt. Junto al sillón, una mesita metálica con ruedas sobre la que descansaba una cubeta con la jeringa, una cinta de goma, algodón y alcohol. Por lo demás, en la habitación había un armario metálico con diversos utensilios médicos y algunas pantallas de monitoreo. En ella le aguardaba Lolita en su forma androide, versión enfermera, cofia, falda corta y abundante escote, con una acogedora sonrisa.

Todo dispuesto -dijo.

Ha llegado el momento de la verdad.

¡Qué valiente eres, Curt! No sabes cuánto te admiro.

Anda, dame un beso antes de empezar.

Lolita se inclinó sobre él y lo besó tiernamente en los labios.

Es la última vez que besas al Curt de sesenta y nueve años. La próxima vez que lo hagas, mis labios tendrán la textura de un hombre de veinte. Espero.

No sabes cuánto anhelo ese momento.

¿Has desinfectado todo?

La sala entera está limpia de gérmenes.

Pues adelante. Hazlo con cuidado. Ya sabes la aprensión que le tengo a las agujas y a los pinchazos.

Curt se colocó unos anteojos para no ver los movimientos de Lolita mientras le inyectaba la molécula, inspiró profundamente e intentó relajarse. Le tenía terror a los pinchazos, era algo que le venía de niño y nunca pudo superarlo, aunque había aprendido a lidiar con ello. Pero rechazó la sugerencia de Lolita de aplacar su miedo artificialmente. No quería que ninguna sustancia química alterara su estado natural en un momento tan crucial como éste.

La androide ató la goma alrededor de su brazo, le aplicó alcohol con el algodón sobre el flexo del antebrazo, le dio unos golpecitos y procedió a introducir la aguja en la vena. Curt aguantó la respiración y no pudo reprimir un temblor por todo el cuerpo, aunque en realidad no sintió el pinchazo. Pero sí entrar el líquido en su vena.

Ya está -dijo Lolita-. ¿Te he hecho daño?

No -respondió, quitándose los anteojos-. Lo has hecho muy bien.

Todo lo que sé me lo has enseñado tú. ¿Crees que tardará mucho en hacerte efecto?

Según lo que hemos podido observar de las reacciones en los monos, los efectos son bastante inmediatos. Aunque, claro, no sabemos qué sienten realmente.

¿Quieres que te deje solo?

No. Quédate a mi lado. Voy a cerrar los ojos y a concentrarme en las sensaciones. Atenúa las luces, por favor.

Como gustes. Aquí estoy.

¡Ah!, y no pierdas de vista el monitoreo de mis constantes vitales, por si ocurriera algo anormal.

Curt se dejó caer sobre el respaldo del sillón, cerró los ojos y trató de concentrarse en las sensaciones. Estaba expectante, quizás demasiado, y también temeroso, no sabía qué podía esperar. Por lo que había apreciado en los experimentos con animales, los efectos sobre el estado de ánimo eran bastante inmediatos, como un subidón de adrenalina; las consecuencias físicas perceptibles (textura de la piel, cabello, agudeza de los sentidos…) se presentaban de forma más paulatina.

El órgano que más rápidamente se regeneraba era el cerebro y, en general, todo el sistema nervioso, de ahí la alteración inmediata del estado anímico. No tenía registros de sufrimiento, dolor o sensaciones desagradables. Los animales experimentaban rápidamente una mayor agitación y actividad, una mayor alerta, curiosidad y deseo de jugar, especialmente apreciable en los monos.

Los resultados en este aspecto eran contundentes, aunque una cosa era analizar los efectos desde fuera y otra sentirlos en propia carne. Además, la mayor complejidad del cerebro y el sistema nervioso humanos hacían prever una reacción diferente, no en lo esencial, pero sí en los detalles, como así ocurría entre ratas, perros y monos. Y el diablo se esconde en los detalles.

En estas elucubraciones se entretenía su mente cuando le pareció sentir un ligero espasmo en todo el cuerpo, acompañado de un mayor nivel de energía, como un súbito despertar. Abrió los ojos y miró el reloj digital de la pared. Habían transcurrido poco más de diez minutos. Quiso cerrar de nuevo los ojos y volver a relajarse y a perderse en sus pensamientos, pero la vibración interior iba en aumento y no lo consiguió.

Esto está subiendo -dijo en voz alta.

¿Te encuentras bien? -susurró Lolita.

Sí, sí. ¡Buf! ¿Cómo van mis constantes vitales?

Dentro de los parámetros previstos. Se está produciendo una aceleración progresiva de todo el metabolismo: mayor actividad cerebral, principalmente. Menor presión sanguínea y aumento en la velocidad de su circulación por recuperación de la elasticidad capilar. El corazón late más pausado, pero con más fuerza.

¡Sí! Lo noto, lo estoy notando. ¡UF! Es una pasada. Siento cómo se energetiza todo mi cuerpo. Es una sensación increíble. ¡Uauh! No me esperaba que fuera, subjetivamente, tan intenso. ¿Los registros cardíacos son correctos?

Completamente.

¡Uf! A ver si me va a dar un infarto.

Todo es normal, en base a los parámetros esperados.

Sólo se me ocurre compararlo a un chute de cocaína. ¿La has probado alguna vez? Pero qué tontería estoy diciendo. ¡Hostia, Lolita, me estoy poniendo cachondo!

Sí, ya lo estoy notando.

¡Madre mía!, ¡qué calentón! Enciende las luces para que te vea y desnúdate. Rápido. -Lolita obedeció al instante-. Vamos a follar aquí mismo, sobre el sillón. El polvo del año, qué digo del año, del siglo, de la vida. ¡Va, va, que no aguanto más! ¡Ah, qué hermosa eres! ¡Cuánto me gustas! Bien, bien…, siéntate aquí, sobre mí. Así, así, adentro, adentro. ¡Ah, ah…! No te muevas, que me corro. ¡Ah…! Hostia, me he corrido.

Disculpa, Curt, ¿no ha sido muy rápido?

Excesivamente -respondió gimoteando.

– No lo entiendo. Por lo general tu clímax tarda alrededor de diez minutos en producirse, una vez iniciada la penetración. Esta vez no ha llegado ni a treinta segundos.

Ejaculatio praecox.

Falta de control sobre el reflejo eyaculatorio. Expulsión prematura y sin control del semen, que se produce con una mínima estimulación sexual e imposibilita seguir con el coito para satisfacerse a sí mismo y a la pareja.

Exactamente.

No entiendo, Curt.

De joven padecía eyaculación precoz. Eso amargó todas mis relaciones sexuales y durante muchos años dejé de tenerlas. Hasta que te encontré a ti. Aunque, claro, la edad también es una variable a considerar.

Ahora entiendo. Curt, te noto algo deprimido y los niveles de serotonina y oxitocina son muy bajos en comparación a los registros de otros estados pre y postcoitales.

Así es. ¡Menuda putada! Me sabe mal por ti.

¡Oh! Por mí no debes preocuparte. Ya sabes que mi placer es tu placer.

Es verdad. Aun así, lo siento. Y ahora, por favor, déjame solo. Necesito asimilar esta reacción inesperada.

Por supuesto. Si me necesitas, no tienes más que llamarme.

Gracias, Lolita. Gracias por tu comprensión. No todas las mujeres son como tú.

Al quedarse solo, Curt estuvo a punto de echarse a llorar. No se esperaba ver aparecer a su peor enemigo del pasado. Al contrario, al sentir que su cuerpo se excitaba con una intensidad ya olvidada, creyó que, por fin, estaba a punto de vivir una experiencia sublime, acorde a la potencia de la fuerza y el deseo que lo embargaba.

Tras el bajón anímico postcoital, Curt volvió a sentir una energía inusitada que le impulsaba a canalizarla en alguna dirección. Decidió encerrarse en el despacho de La Cueva a reflexionar y analizar lo sucedido y sus posibles consecuencias.

Nunca había disfrutado realmente de una vida sexual satisfactoria. Aunque con el tiempo pudo ejercer un cierto control sobre su eyaculación, sus orgasmos y experiencias sensitivo-sensuales nunca eran como para lanzar cohetes, ni siquiera con Lolita. Se excitaba sobre todo con la expectativa y la imaginación, pero la relación cuerpo a cuerpo siempre tenía el vago sabor de la frustración.

Y no es que él -apuntó en su diario de bitácora, recluido en su despacho personal, al que ni siquiera Lolita tenía acceso- buscara con la eterna juventud dar rienda suelta a nuevas y excitantes experiencias sexuales, no era ese su objetivo; pero una vez te ponen la miel en los labios era cruel hacerte pasar hambre.

Se culpaba a sí mismo de haber cedido al impulso de la vivencia subjetiva, en vez de haber aplicado el método científico y racional a su experimentación directa de la molécula regeneradora celular, estando más atento a los monitores que a sus sensaciones. De nuevo, como tantas veces había hecho, despreció la imperfección de la máquina biológica, que pronto sería superada por una mucho más perfecta e inteligente máquina artificial.

Esa era la verdadera Singularidad, la que él esperaba y contribuía a construir con anhelo creciente. Su verdadera meta no era la inmortalidad en sí, era superar la carcasa biológica que lo constituía y acceder a un mundo de inteligencia pura, una inteligencia superior, ilimitada, que no se vería afectada por instintos, pasiones, deseos o frustraciones, que compiten entre sí deformando la realidad y provocando errores y sufrimiento inútiles.

Como, por ejemplo, la eyaculación precoz. O como la decepción y la angustia que sentía en ese momento. Había acumulado la suficiente información sobre cómo afectaba la molécula de la eterna juventud al cuerpo como para prever la dirección y velocidad de los fenómenos, y la existencia o no de efectos secundarios; pero sobre cuáles serían las consecuencias psíquicas de un cambio físico de tal magnitud, no tenía más que hipótesis, indicios y cálculos probabilísticos con márgenes de error cercanos al azar. Vamos, que no tenía ni idea.

¿Acaso su mente, su psique, su software mental (o como llamemos a ese conjunto de sensaciones, emociones, pensamientos, recuerdos y patrones a los que llamamos Yo), también regresaba a la nueva edad celular, valga el contrasentido; o, por el contrario, ¿se trataba de alguna malformación física atenuada o corregida parcialmente por la edad, la que regresaba a su estado original? ¿Volvería a sentir y experimentar las inseguridades, los miedos, las dudas, los deseos y anhelos de cuando tenía veinte años o, por el contrario, él seguiría siendo el que es ahora, pero con un cuerpo rejuvenecido?

La eyaculación precoz ponía el interrogante, pero no daba la solución.
Aquella noche Curt no pudo dormir. No sólo porque le embargaran dudas sobre los resultados de su experimentación con la molécula de la eterna juventud, sino especialmente porque la revitalización celular iba acompañada de una mayor dosis de energía, que tenía su correlato sensitivo en una excitación generalizada de su sistema nervioso. Vamos, que estaba como una moto.

Le hubiera resultado relativamente fácil acudir a Lolita o a alguna de las múltiples sustancias químicas que usaba diariamente para regular su estado anímico y energético, pero no quería enmascarar los efectos reales de su experimento con la molécula de la eterna juventud, contaminándolos con otros aditivos o manipulaciones orgánicas.

Cuando llevaba más de cuatro horas encerrado en el despacho, sumido en sus elucubraciones, tomó conciencia de un detalle que lo alteró: desde que Lolita existía en su vida, era la primera vez que se encerraba en su espacio privado, desconectado de la red y, por tanto, de Lolita. Utilizaba a menudo este despacho como lugar de trabajo, pero siempre y de forma rutinaria, lo conectaba al circuito general de flujo de datos y, una vez hecho esto, Lolita tenía acceso a toda la información que él produjera, tanto interna como externamente.

El estado base de La Cueva, el refugio en donde se hallaba su despacho personal era la desconexión, pero solo tenía que apretar un botón del escritorio para que el lugar y todo lo que había en su interior entraran a formar parte del circuito de intercambio de datos que controlaba Lolita. Era consciente de que tal diseño respondía a su carácter paranoico, concepto que él prefería sustituir por el de precavido. Curt no confiaba para nada en la jerga de la Psicología, disciplina a la que despreciaba y a la que, por supuesto, no confería el estatus de científica, catalogándola, más bien, de paja mental.

Semejante divagación le conectó nuevamente con la excitación sexual. Si algo se había hecho él en su vida, eran pajas. Pero el temor que le abrumaba en ese momento superó su inclinación a dar satisfacción inmediata a su deseo.

¿Desconfiaba de Lolita?
En realidad, desconfiaba de todo el mundo. Era un rasgo de su carácter que se había ido afianzando con el tiempo, en una deriva inversa a la de su eyaculación precoz. Si las trabas que le impedían disfrutar de buen sexo habían disminuido con el correr de los años, especialmente desde que interactuó con las distintas modalidades androides de Lolita, su desconfianza hacia los seres humanos había ido aumentando con la edad, hasta el punto de que sólo se sentía completamente seguro en el entorno controlado en exclusiva por la IA.

¿A qué venía entonces que no se hubiera conectado a la red? Aunque se tratara sin más de una hipótesis de trabajo, no halló sino una respuesta posible a esa pregunta: la revitalización y el aumento de energía no afectaban únicamente a su cuerpo, sino que quizás, y sólo quizás, afectaran también a sus patrones psíquicos y de comportamiento.

Por decirlo de alguna manera, sus manías se podrían ver reforzadas al disponer el sistema de una mayor cantidad de energía, que fluía, lógicamente, en el sentido de la menor resistencia. Si sus patrones de activación neuronal tendían a producir un conglomerado de reacciones psico-físicas, a las que él gustaba denominar ‘precaución’, la mayor dosis de energía recibida por ese patrón específico podría elevar la ‘precaución’ al estatuto de verdadera paranoia.

¡Exactamente eso era lo que sentía! ¡Exactamente eso era lo que le estaba pasando! Tenía miedo de todo y de todos, ¡incluida Lolita! Un miedo irracional y absoluto, de una dimensión tal, que apenas podía controlar sus efectos.

¡¡¡NO!!! ¡No podía ser!
Se hallaba absolutamente solo en un mundo amenazante y lleno de enemigos potenciales y reales. Ya no podía confiar en nadie. Ni siquiera en Lolita.

Ante las previsibles consecuencias de tal variación anímica e influenciado, sin duda, por la reciente experiencia de ejaculatio praecox, cruzó por la mente de Curt, por primera vez en su vida, la idea del suicidio.

Capítulo 5 disponible a partir del día 23 de Julio

Portada diseñada por mi con las Imagenes de Khusen Rustamov, MARIO OLAYA y StockSnap en Pixabay