La inmortalidad y el poder solo para unos pocos, ¿para quienes la tienen mas larga?


— Se acerca el momento.

— Sí. ¿Lo tienes todo preparado?

— He revisado la presentación, las conexiones, el ambiente de la sala… Todo en orden.

— Perfecto.

— ¿Estás nervioso?

— Un poco. Estas cosas siempre me alteran. No lo puedo evitar.

— ¿Quieres que haga algo por ti?

— No, gracias. La ansiedad desaparecerá en cuanto empiece la conferencia, y me ayuda a estar más despierto.

— Si quieres, puedo mantener tu metabolismo en ese mismo grado de tensión, pero sin la sensación desagradable de la angustia.

— ¿Sabes qué? A veces echo en falta ese punto de incomodidad y dolor que era tan habitual en mi vida antes de que aparecieras tú.

— Eres tan contradictorio. Pero eso me gusta de ti, tu imprevisibilidad. Me obliga a hacerme preguntas y a ser más creativa. La verdad, es muy estimulante trabajar para ti.

— ¿Qué hora es?

— Las 17:59,15.

— Muy bien. A las seis en punto conectamos.

— Pues vamos a ello. ¡Ahora!

— ¡Buenas tardes, caballeros!

La sala de conferencias se iluminó. En las paredes aparecieron las figuras tridimensionales a tamaño real y en alta resolución del presidente ruso, Sergei Kasputín, del creador de Cakecook, Max Azzukarborg y del presidente de Kaparazon, Ted Brezzos, que respondieron al saludo de Curt.

— Faltan por conectarse Albert, Mijáil y Ronald.

— Aquí estoy -dijo Mijáil Bykov, fundador de Boobble, apareciendo sobre la pared. Y un instante después, la luenga barba de Albert De Freyr, el adalid de la inmortalidad, emergió como la de un duende gigante.

— Ya solo falta Ronald. Si les parece, podemos avanzar leyendo el acta de la última reunión, mientras esperamos la conexión del presidente. -Todos asintieron, conocedores de que Ronald Kranc odiaba estas formalidades-. LOL, ¿Puedes leer el acta de la última reunión?

Tras su lectura, el acta fue aprobada por unanimidad.

— Cómo no -respondió Lolita, que fuera del ámbito privado era LOL y lucía una voz diferente, más grave y seria.

— ¿Qué novedades tenemos? -inquirió Kasputín, el más impaciente y inquieto de todos.

— ¿No cree que deberíamos esperar al presidente Ronald Kranc? -propuso Curt.

Son exactamente las seis y siete minutos, la reunión era a las seis, y yo tengo otra a las seis y media. Así que no, no lo vamos a esperar. Que se conecte a su hora. Como hacemos todos.
Aunque Curt mostraba su aplomo y frialdad habitual, se hallaba interiormente muy alterado. Tenía que haberle hecho caso a Lolita, se dijo. Si algo no soportaba, era la impuntualidad, y el presidente Kranc siempre aparecía a destiempo. Pero también le molestaba el autoritarismo y la crispación de Kasputín. Ellos dos siempre andaban a la greña, como dos críos que tuvieran que demostrarse quién era más fuerte y poderoso, quién la tenía más larga. Curt sospechaba que tanto afán hegemónico era un indicio irrefutable de su verdadera cortedad, y eso le enfurecía. Si él hubiera podido seleccionar a los elegidos para ser los primeros hombres inmortales sobre la Tierra, sin duda estos dos energúmenos no habrían estado en la lista. Por eso, como pequeña venganza personal, gustaba referirse a ellos por sus iniciales, KK, una vez supo por Lolita que en español se pronunciaba kaka, y era sinónimo de mierda. Esta derivación de su pensamiento le hizo reír y le ayudó de nuevo a serenarse.

— De acuerdo, caballeros, si nadie opina lo contrario, sigamos adelante. -Un breve silencio fue la respuesta-. Bien, el señor Kranc ya se incorporará cuando considere oportuno. Como saben, nuestra línea de investigación se ha centrado en la manipulación de las células madre, con la intención de hallar el compuesto molecular que permita la regeneración de las células y de los tejidos. Hemos ido avanzando rápidamente en ese camino, lo que nos ha permitido sintetizar diversos compuestos regeneradores, pero todos ellos parciales: regeneradores neuronales, de células musculares, cardíacas, etc. ¿Me siguen?
De nuevo intervino Kasputín, mientras el resto asentía dándole a la cabeza con la actitud condescendiente de quien ya se sabe la lección.

— Podemos saltarnos todo ese rollo e ir al grano. ¿Tenemos ya la fórmula definitiva o no?

— LOL, por favor -se limitó a decir Curt, tras un imperceptible suspiro, acompañado de un tic nervioso.

Al instante apareció sobre una de las paredes la imagen tridimensional de una molécula en movimiento.

— Quiero que observen un momento esta imagen. Fíjense en su simplicidad, su belleza, su perfección.

— Sí, muy bonita -dijo Kasputín-. Pero podemos dejarnos de poesía. ¿Es la que estamos buscando, sí o no?

— Comprendo su impaciencia, señor presidente. Sólo…

— Pues entonces déjate de hostias y dinos de una puta vez si las ingentes cantidades de dinero que estamos invirtiendo han dado ya sus frutos.

A Curt le costó en esta ocasión no mostrar ningún signo externo de agitación, pero se contuvo, mientras su sangre le hervía con pasión asesina, el carrillo le temblaba y su mente se arrepentía de nuevo por no haber seguido el consejo de su amada Lolita. Se regodeó pensando que pronto llegaría el momento de su venganza y, haciendo alarde de autocontrol, dijo con voz impostada:

— ¡Señores, tengo el placer y la satisfacción de anunciarles que el momento de la Apoteosis ha llegado!

— ¿El momento de qué? -dijo Ronald Kranc, apareciendo súbitamente en escena.

— ¡Hombre, Ronald, ya era hora! -exclamó Kasputín, molesto.

— ¿Habéis empezado sin mí? -Se quejó el aparecido-. Es una falta de consideración.

— Lo tuyo sí es una falta de consideración -le espetó el ruso.

Y ambos se enzarzaron en un agrio debate, que fue aprovechado por los demás para desconectar el audio y ocuparse en sus propios asuntos, consultando sus teléfonos móviles o, en el caso de Albert, el misionero de la inmortalidad, para beberse tranquilamente un whisky. Tan sólo Curt permaneció alerta, a la espera de que aquellos dos gorilas dieran por acabada su disputa. He aquí los KK, se dijo con ironía, los hombres más poderosos de la tierra.

— Si les parece, caballeros, podemos continuar -intervino finalmente-. Tengo noticias que les ayudarán a calmar sus ánimos.

Los dos presidentes se lanzaron gestos despectivos y los demás se fueron conectando de nuevo.

— Como les decía -continuó Curt-, el momento de la Apoteosis ha llegado. Como seguramente saben, la palabra ‘apoteosis’ procede del griego antiguo, y significa “contarse entre los dioses”.

— ¿Tú entiendes algo de lo que dice este tío, Kas? -interrumpió Ronald, dirigiéndose a su colega ruso.

— Ya le he dicho que vaya al grano. Tengo otra reunión dentro de cinco minutos. Pero ni caso.

— Por favor, señores -intervino finalmente Ted Brezzos-. Dejemos terminar a nuestro colega Weiss. Intuyo que tiene algo importante que anunciarnos. ¿Cierto?

— Cierto. Gracias, Ted. Esa imagen que acaban de ver es la molécula de la eterna juventud, la que hará de nosotros seres inmortales, convirtiéndonos en dioses. ¿Entienden ahora lo de Apoteosis?

— No -contestó Kranc-. Pero lo que has dicho antes creo que sí. Nos vamos a convertir en dioses, ¿no? ¿Es eso?

— Exactamente -dijo Curt, sin saber si reír o llorar-. Al menos en lo que se refiere a la inmortalidad. Por fin hemos dado con el elixir de la vida, la molécula que nos permitirá alargarla sine die, justo en el tiempo que les vaticiné. Ya la tenemos aquí. En cuanto podamos administrárnosla, todo nuestro organismo se regenerará, volveremos a la edad biológica de veinte años. He calculado que para mantenernos en ese estado eternamente, será necesaria una administración cada cinco años. Pero eso, con toda seguridad, mejorará con el tiempo.

— ¡Señores -anunció pomposo, mientras de fondo comenzó a sonar la Cabalgata de la Valkirias, de Richard Wagner-, este día será recordado por la Historia como el día de la Apoteosis. Somos los exclusivos protagonistas del momento cumbre de la Humanidad, el momento en que un puñado de héroes alcanzarán el Valhala. Esta molécula que ven ahí es el fruto del árbol de la vida. Pronto, muy pronto, comeremos de él. Entonces nos convertiremos en inmortales, y seremos como Dioses!

— ¡Bravo! ¡Por fin! -gritó Kasputín, llevado por el entusiasmo-. Esperad un momento, que voy a anular la siguiente reunión.

— Esto hay que celebrarlo -intervino Albert De Freyr, sacando de no se sabe donde una botella de champagne.

La excitación del momento se reflejaba en todos los rostros y un guirigay de comentarios, felicitaciones y exclamaciones inundó la sala de conferencias. Curt se dirigió en un aparte a Lolita y le susurró: Lo que hay que aguantar. Nunca pensé que sería así el momento cumbre de la Humanidad.

Te entiendo perfectamente, le dijo ella a su vez. En el fondo, eres un romántico.

— Por favor, señores, si me permiten finalizar mi exposición. Ya tendremos tiempo para celebraciones. Seguramente, todo el tiempo del mundo.

— ¿Qué quiere decir “seguramente”? -intervino el susceptible Max Azzukargorg por primera vez-. ¿Tenemos la fórmula o no?

— Sí. La molécula es perfecta. Pero primero hay que testarla. El protocolo exige experimentarla con animales, antes de poderla usar con seres humanos. Hay que descartar posibles efectos secundarios no deseados. Una vez experimentado con ratones, perros y monos, si todo sale según lo previsto, deberemos probarla en nosotros mismos.

— ¿Nosotros seremos los conejillos de indias? -volvió a preguntar el susceptible Max-. ¿Por qué no la probamos con otros seres humanos, antes de exponernos nosotros?

— Claro, es lo lógico -comentaron también los demás.

— Sí, tienen razón, ya he pensado en ello. Pero no es tan fácil. Tengan en cuenta de lo que se trata. Si, como estoy convencido, estamos ante la fórmula perfecta, su efecto es una completa regeneración celular. Esas personas se verían rejuvenecidas y, si todo ocurre como espero, el efecto de una sola intervención durará, como les decía, unos cinco años y prolongará su vida cincuenta o sesenta años más. ¿Cómo vamos a mantener el secreto, si involucramos en los experimentos a otros seres humanos, que serán la prueba viviente del éxito de la fórmula, los verdaderos inmortales? ¿Creen que podemos fiarnos de alguien hasta ese extremo?

— Eso no es problema, Curt -intervino Sergei con autosuficiencia-. Podemos experimentarla con condenados a muerte. Eso en Rusia es fácil. O podemos eliminar a nuestros conejillos de indias humanos una vez hayamos comprobado sus efectos.

— Bien pensado -asintió Ronald, que apretó los puños enfadado consigo mismo porque esa idea no se le hubiera ocurrido a él primero.

— No sabéis lo que decís -dijo fríamente Max-. Hoy en día es casi imposible mantener un secreto de ese calibre. Más pronto que tarde, se sabría. Os lo digo yo, que de esto sé un rato. ¿Verdad Mijáil? -este asintió-. No quiero ni pensar qué pasaría si esa información cae en manos de la prensa y se difunde, si llega a la opinión pública, al conocimiento de otros gobiernos o empresas competidoras. Lo último que deseo es verme metido en líos con la justicia, y eso es lo que ocurrirá tarde o temprano si hacemos lo que dicen.

— Eres un cagao -le espetó Ronald.

— Conmigo tampoco contéis -dijo a su vez Ted Brezzos-. No quiero que pese eternamente sobre mi conciencia semejante comportamiento. Somos seres humanos, no bestias. Debemos mantener en esto una ética inflexible. Nuestro objetivo es la vida, no la muerte.

— ¿Me estás llamando bestia? Además, ¿qué tiene que ver la ética con esto? -se quejó Kranc-. Menuda chorrada. De lo que se trata es de dinero y poder, además de la vida eterna. Si no podemos utilizar ese poder a nuestro antojo, para qué coño lo queremos. De verdad, estoy de los moralistas, de la prensa y de los tibios hasta los mismísimos cojones.

— Con mis respetos -intervino Curt, que lamentaba que el sublime momento del anuncio de su fórmula de la inmortalidad, el momento de la Apoteosis, se desarrollara en términos tan rastreros-, Max y Ted tienen razón. No es inteligente meternos en ese embrollo.

— Ahora éste nos llama idiotas -comentó Kasputín.

— Entre otras cosas porque no es necesario -continuó, con ganas ya de dar por finalizada la conferencia-. Nuestro poder se basa en que nadie más que nosotros conozca la fórmula y en administrarla inteligentemente. Mi plan es el siguiente: en los próximos seis meses realizaremos pruebas con todo tipo de animales. Yo personalmente me ocuparé de ello, en el más absoluto secreto. Aplicaré los más rigurosos controles y tests.

— Si, como estoy convencido, los efectos son los esperados, sólo nosotros nos someteremos al tratamiento y seremos los primeros y únicos seres humanos inmortales sobre el planeta. Si tuvierais dudas, yo me ofrezco como voluntario para iniciar esas pruebas. Pero estoy seguro que, llegado el momento, y cuando os presente los resultados de los experimentos con animales, todos querréis tomar el elixir de la vida. En el mismo instante en que lo hagamos, daremos a conocer públicamente el regenerador neuronal. Como su eficacia ya ha sido probada, las investigaciones y las inversiones vendrán a nosotros y, cuando poco después el producto salga al mercado, multiplicaremos por mil nuestros beneficios. Luego haremos lo mismo con el regenerador muscular y así sucesivamente. Mientras hundimos a nuestros competidores y afianzamos nuestra línea de investigación y desarrollo, nuestros productos inundarán el mercado y no sólo seremos los únicos hombres inmortales, sino los más ricos y poderosos del planeta, controlando otras áreas de investigación de futuro, como la robótica, la ingeniería ciborg, la Inteligencia Artificial o la navegación espacial. Ese es mi plan.

Se produjo un silencio mientras sus oyentes asimilaban las palabras de Curt. En esta ocasión, Kranc y Kasputín esperaron prudentemente a que otros más entendidos en la materia dieran primero su opinión. Aunque para los presidentes, su propio plan seguía siendo el mejor. Ellos sabrían encargarse de que nada llegara a la opinión pública o de anular su efecto si llegaba. Llevaban años haciéndolo. Eso de ser los primeros en probar la fórmula, por mucho que la adornaran con el nombre de elixir de la vida o de la eterna juventud, no les hacía mucha gracia. Pudiendo probarla en otros y luego eliminarlos, no entendían por qué habrían de correr el riesgo de posibles efectos secundarios no previstos.

— Estoy de acuerdo con Curt -dijo De Freyr, que ya había empezado la celebración, descorchando la botella de champagne y tomándose una primera copa.

— Sí -asintió a su vez Ted Brezzos-. Me parece lo más elegante. Y no ponemos en riesgo la vida de nadie. Confío en Curt, siempre ha acertado en sus predicciones.

— Yo también lo veo bien -dijo Azzukargorg-. Es lo más seguro.

— ¿Qué hacemos, Kas? -preguntó Ronald-. A mí tu plan me parece mejor. ¿Por qué correr riesgos nosotros?

— No sé qué decir, Kranc. Quizás nos hemos equivocado de socios. Pero ellos tienen el conocimiento. Supongo que de una forma u otra, debemos correr algún riesgo.

— ¿De acuerdo entonces? -preguntó Curt.

— Yo lo que diga Kas -sentenció Ronald.

— De perdidos al río -resumió Sergei.

— Así, se aprueba el plan por unanimidad. LOL, que conste en acta. Señores, hasta dentro de seis meses, cuando, estoy totalmente convencido, podré anunciarles el éxito de los experimentos con animales y nos convertiremos en inmortales. Buenas tardes.

¡Y que os follen a todos!, se desahogó a voz en grito, una vez finalizada la conferencia y desconectado del mundo exterior.