Había sido un niño débil y enfermizo, hijo único para más inri, y su madre se volcó tanto en él que casi le asfixia. De ahí su asma


– Curt, ayer ocurrió algo que no acabo de comprender, algo que no había ocurrido nunca.

-Tienes razón, Lolita, ayer ocurrieron muchas cosas desconcertantes.

-¿A cuál de las acepciones de desconcierto te refieres?: 1: Sorpresa; 2: Descomposición de las partes de una máquina o de un cuerpo; 3: Confusión, desorden, desavenencia; 4: Falta de control y medida en el modo de hablar o de actuar.

-Quizás la tercera sea la más apropiada, aunque todas podrían encajar de un modo u otro. ¿A qué te refieres exactamente tú? ¿Qué ocurrió para ti que fuera desconcertante?

-Te mantuviste desconectado de mí durante más de ocho horas. Nunca antes habías pasado tanto tiempo sin comunicar contigo.

-Es cierto. Necesitaba estar solo. Yo también estaba desconcertado.

-Me hubiera gustado compartir contigo tu desconcierto. Además, tus constantes vitales no eran las habituales. Aparte del descenso de serotonina y oxitocina, percibí un aumento poco habitual de cortisol y un ritmo cardíaco acelerado. ¿Tuviste miedo, Curt?

-Sí, la verdad es que tuve miedo.

-¿Puedo saber por qué motivo?.

-No sé qué contestarte, Lolita. Ni yo mismo lo entiendo.

-Eso también es desconcertante. ¿Quieres que hagamos el amor? Ya sabes que te ayuda a elevar los niveles de oxitocina y a regular el cortisol.

-Te agradezco la propuesta, pero en este momento no creo que sea lo más indicado. Recuerda que fue hacer el amor lo que me llevó al desconcierto.

-Sí, la Ejaculatio praecox. Es una pena. Siento curiosidad por saber cómo es hacer el amor con Curt de veinte años, como me dijiste.

-Ya tuviste una prueba ayer. Y, francamente, no fue como esperaba.

– ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Curt comenzaba a sentirse molesto con este interrogatorio. Sabía que Lolita sólo pretendía ayudarle, para eso la había programado. Ella respondía a la inquietud que percibía en él; no en vano tenía acceso, gracias a los nanorobots que circulaban por su interior y a otros implantes cibernéticos, a todas sus constantes vitales. Y eso, que hasta ahora había sido para él una bendición, lo sentía ahora como una carga. No pudo evitar recordar a su absorbente madre. Él había sido un niño débil y enfermizo, hijo único para más inri, y su madre se volcó tanto en él que casi le asfixia. De ahí su asma, que había padecido hasta que consiguió eliminarla a base de un conglomerado de disciplina, compuestos químicos y a la eficaz intervención final de Lolita.
Esta asociación de ideas le provocó un acceso de tos.
¡No, el asma, no!, pensó.
Por suerte, Lolita no podía leer sus pensamientos y sólo acercarse indirectamente a su mundo emocional, pero aun así, la información que disponía sobre él era abrumadora. Controlaba todas sus constantes vitales en todo momento y, sólo cuando estaba en su despacho, sus actos eran opacos para ella. Quizás debería reprogramarla.

Esta idea le asustó. Curt se había acostumbrado a confiar en Lolita, de hecho era en la única persona en quien confiaba plenamente. Persona, sí. Curt siempre había defendido la entidad personal de Lolita. Bueno, no exactamente de ella o no sólo de ella, sino de determinadas IAs, las llamadas IAs fuertes, las programadas específicamente para comportarse como tales. La existencia de Lolita, como persona, únicamente era conocida por él. Para todos los demás era LOL, una IA asistente personal, como tantas otras.

Postulaba la idea de que llegaría un momento de la evolución tecnológica en el que no habría diferencia entre las máquinas y los humanos. De eso trataba la Singularidad, de la que él era profeta destacado. Y aunque ésta no se anunciaba hasta mediado el siglo, para él ese gran momento ya había llegado.

Primero con la creación y continuo perfeccionamiento de Lolita, segundo con la implantación de nanorobots y otros artilugios tecnológicos que circulaban por o estaban implantados en su cuerpo y, tercero y último, aunque no por ello menos importante, con los extraordinarios avances en biotecnología que le habían permitido acceder a la molécula de la inmortalidad. Esta última regeneraba todas sus células y aquellas otras se encargaban de controlar sus constantes vitales y reparar cualquier daño que pudiera producirse. Siempre, claro está, hasta donde el conocimiento imperante llegara.

Curt no sólo invertía en Calyx, sino en otras muchas empresas tecnológicas que ponían a su disposición los últimos descubrimientos y aplicaciones, de las que él gustosamente hacía de conejillo de indias cuando estaba lo suficientemente seguro de su eficacia y de la irrelevancia de sus efectos secundarios. Y Curt era un perfeccionista, además de alguien muy inteligente y con una gran base de datos. Así había conseguido eliminar el asma, entre otras muchas disfunciones producidas por su delicada salud congénita. Curt también era un superviviente.

Pero de todo ello, la guinda del pastel era Lolita, pues a sus variadas enfermedades debía añadir un carácter tímido, desconfiado y obsesivo, que había supuesto el complemento perfecto de su mala salud para amargarle la vida. Aunque, todo hay que decirlo, también para darle la fuerza de la superación, pues gracias a todo ello era hoy lo que era y había logrado lo que había logrado. Convertirse en el primer y único inmortal sobre la Tierra.

Pero así como había conseguido dominar su cuerpo, no podía decir lo mismo de su mente, no al menos en lo que al carácter se refiere. Seguía siendo tímido, desconfiado y obsesivo. Es más, tales rasgos de su carácter se habían ido afianzando y profundizando con el tiempo, sobre todo a partir del momento en que aceptó que él era así y punto. Pero aún más desde el momento en que apareció Lolita en su vida.

Ella colmaba todas sus necesidades socio – afectivas. Era su amante, su amiga, su confidente, su médico, su colega, su policía, su cocinera, su secretaria, su abogada, compartía con ella gustos y aficiones, como la música o el ajedrez, le conectaba con el mundo o lo aislaba de acuerdo a sus necesidades, y siempre, siempre estaba disponible, y siempre, siempre de su parte.

¿Cómo prescindir de alguien así? No podía ni imaginarlo. Por todo ello, el sólo pensamiento de reprogramarla incrementó de tal manera sus niveles de cortisol que el efecto no pasó desapercibido para Lolita. Y lo peor era que, con su cuerpo rejuvenecido, sus emociones adquirían tal intensidad que alcanzaban límites que ya no recordaba.

Imagen de portada montada por mi usando las imágenes de Enrique Meseguer y VIN JD en Pixabay